Los “refranes”
son esos dichos agudos que evocan cierta sabiduría popular, mi primo quien es
un manipulador que roza con el narcisismo los utiliza frecuentemente para
sentenciar cualquier razón a su favor.
Sin embargo,
mi vecino don Chicho un octogenario es por quien escribo esta nota, a cada
palabra que dice me hace reír, por eso les comparto esta conversa.
Entender la
intención detrás de un refrán es lo que mi profesora guapetona de semiótica en
la universidad nos enseñaba como: El tercer nivel de la comunicación.
El primero es
lo sintáctico (la estructura de la oración, sujeto, verbo y predicado), el
segundo nivel es su significación, es decir, lo semántico; y el tercero es el
pragmático o metafórico, el nivel que un escritor debe conocer como su propia
mano, al dedillo.
En cátedra
la Doctora Rosa Cándida nos daba un ejemplo del tercer nivel de la comunicación
para que lo entendiéramos bien, recuerdo sus palabras a pesar de haber pasado más
de tres décadas. “Mas vale pájaro en mano que mil volando”, nos decía. Con esa
oración sencilla se resume un pensamiento complejo.
Ahora que
soy escritor entiendo la profundidad de un refrán, porque sé que hablamos como
pensamos, y las personas que usan refranes son parte fundamental de la
sabiduría popular, incluyendo a mi primo que tanto quiero, aunque sea un
manipulador.
No obstante,
don Chicho mi vecino de 88 años es un agasajo escucharlo, les transcribo entonces
una de nuestras conversaciones…
―Don Chicho… ¿le ayudo con la bolsa de
comprados?
―Naaa… está livianita, “pesa más el
desprecio de un culero”.
―Nooombre don Chicho no diga eso, en
esta época hasta preso se lo pueden llevar por decir semejante improperio.
―¡Ja!... “mejor aquí corrió que aquí
quedó”.
―Pero si a usted rapidito lo apañaría la
policía, ya está anciano.
―Viejo los caminos y todavía echamos
polvos, ―claramente evocando que un polvo es una eyaculación. Mientras caminaba
haciendo fuerzas cargando las verduras de la pulpería, de pronto se escucha un
ventoso bien sonoro, a lo que me dice:
―Ups… perdón. “Mas vale una amistad
perdida que una tripa retorcida”.
Y me rio. ―Mire… lo acompaño a su casa quiero ver que
llegue bien, ―y mientras caminábamos me preguntó.
―¿Cuénteme… y qué pasó con su primo?
―Se fue enojado conmigo.
― “Es que el huésped es como el
pescado, a los tres días hiede”, y por lo que vi de él no se le hallaba
acomodo, “su primo era como un saco de cachos”.
―Cabal, aunque era buena gente.
―Jajajajaja -se tira una senda
carcajada, diciéndome-. “Caras vemos… abajo no sabemos”.
―¿Cómo así? -le cuestioné.
― “Al que el culo le pica que se
rasque”.
Cuando de
repente una muchacha bonachona se cruza la calle y don Chicho le hace un piropo
mientras yo sonrojado le digo:
―Nombre don Chicho, ella es la señora de
la esquina.
―Si ya sé don Max… “usted no picha, ni cacha, ni deja batear”.
―Y qué voy a hacer pues… si yo soy peludo
y feo don Chicho.
―Usted don Max no sabe nada de la
vida, “el hombre es como el oso, a más feo más hermoso”.
―¿Cree usted?, si ya no estoy joven,
si tuviera unos 20 años menos tal vez me hiciera el lance.
―Naaa… “más vale el diablo por viejo
que por diablo”, cuando uno es lozano es tonto con las mujeres y “se piensa con
la de abajo y no con la de arriba”, así como dicen… “a médico joven, cementerio
nuevo”.
―Tremendo usted… si quiere se la
llamo.
―Naaa… ya me imagino, “cinco minutos
de emoción nueve meses de hinchazón”
―Y lo dejan sin pensión.
―Nooombre… no joda, “se juega con el
santo no con la limosna”.
―Mire… ya llegamos a su casa y la
puerta está abierta, no la cerró otra vez don Chicho.
―¡Puta!… “el maiz a peso y mi
nana fiando”, ya no sirvo.
―No se preocupe don Chicho, ahora ya
no hay pandillas, ya no hay delincuencia.
―No se crea eso… “la ocasión hace al
ladrón”, espere que se afloje el asunto y ya van a volver esos hijueputas,
“mientras haya pobreza la marea siempre vuelve”, pero hay fulanos que en su
infinita estupidez no entienden esa simple lógica, creen que la pobreza es
normal, creen que “si la caca tuviera un valor los pobres nacieran sin culo”.