
El gobierno mexicano presidido por la primera presidenta mujer
Claudia Sheinbaum hace lo que muchos hombres no tuvieron coraje de hacer,
prohibir los narco-corridos.
No soy mexicano ni vivo ahí, solo soy un salvadoreño que desde el
Pulgarcito de América se ven caer como cascada los acontecimientos, políticos y
ahora culturales de nuestro vecino del norte.
Y digo vecino por un mero tecnicismo ya que somos el sur de
Mesoamérica, ese gran complejo cultural que nos une como una misma familia de
cosmovisiones identitarias.
En fin, los narco-corridos son un género musical que está tan
arraigado en el imaginario mexicano que va más allá de la famosa canción de
culto de “la banda del carro rojo”, de la década de los 70, es decir, el
contrabando de productos, personas y drogas en la frontera sur de Estados
Unidos es tan pretérito como la demarcación de la frontera misma hace más de
siglo y medio.
Personajes históricos como Joaquín Murrieta o el mismísimo Pancho
Villa (el centauro del norte), quienes fueron apologizados entre muchas
actividades por ser unos bandidos pistoleros y prófugos de la ley.
¿Qué ley? Una ley bífida, de dos caras, de doble moral, por un
lado, la ley de los Estados Unidos usurpadores de territorios, y por otro, la
de la corrupción clásica de la clase política mexicana, en otras palabras, así
como dice mi tío Juan: …―estamos jodidos.
Bajo este contexto va evolucionado la música del norte mexicano
hasta crear un género muy particular conocido como “los narco-corridos”, una
música con letras donde los malos son buenos y matar a otros seres humanos se
ve como normal.
No siempre un desarrollo social nos lleva a una evolución humana,
no, a veces la involución cultural puede ser dinamizada con recursos o dinero
de sangre, con un imaginario distorsionado donde el mecenazgo no conoce la
palabra ética, moral o humanidad.
Hablar del poder económico que han logrado los carteles del norte
mexicano es hablar inevitable de la enferma y amoral sociedad estadounidense
(por sufrir altos niveles de adicciones), ambos fenómenos van de la mano, unos
corruptos a más no poder y los otros drogadictos desenfrenados, y ambos no
podrían existir uno sin el otro.
Ahora imagínense que viniese Claudia Bukele (no la sefardí sino la
palestina), y que metiese en el bote a todos los narcos poderosos mexicanos…
¿qué creen que pasaría con las narices, las jeringas y las mafias gringas?
Sencillo… buscarían otras rutas, más complicadas pero efectivas, caras y
agasajadas, entonces, las bachatas serían narco-bachatas y las salseras como
Jenifer López serían narco actrices como Kate del Castillo.
¿Pero ustedes mis estimadas conversas qué opinan? Vale la pena
prohibir los narco-corridos…
Desde el Pulgarcito de América me parece que sí, es un buen paso
como salud mental social, pero… para los gustos colores, y; por otro lado, me
alegra que una señora desafiara a una sociedad tradicionalmente machista como
la mexicana, al menos en este género de letras chatas y de mal gusto para su
merced.
En conclusión, la prohibición de los
narco-corridos no resolverá por sí sola la violencia, ni desmantelará los
cárteles, ni sanará el alma cultural de México, pero es, sin duda, una señal
simbólica de que algo está cambiando.
En un país donde los fusiles han dictado
ritmos y las letras de plomo se cantan con orgullo, es valiente que el Estado
intente recuperar el control del relato. Porque al final, toda guerra —ya sea
contra el narco o por la salud mental colectiva— también se libra en el terreno
de la cultura. Y tal vez, solo tal vez, escribir nuevas canciones con otras
aspiraciones sea el primer paso hacia una realidad menos distorsionada.
Desde este pequeño rincón de
Centroamérica, celebramos el intento… aunque, como buenos latinoamericanos, lo
hagamos con una ceja alzada y el corazón esperanzado.